María Elvira Solís

Cuando yo vivía en el río Mexicano, allá en Tumaco con mi abuela Paula, ella me llevaba a la quebrada a lavar y se encontraba con las comadres. Empieza a contar María Elvira. A narrar como sabe. Recitando naturalmente, retumbando, entonando la última sílaba. Los muchachos de la Universidad le preguntan: tía, y usted que es de allá ¿por qué no vuelve? Pero la conversación es interrumpida por el profesor. Es jueves y hoy ven clase de Historia, su clase favorita.

María Elvira Solís es su nombre completo. Aunque en los 59 años que ha transitado en esta tierra la han llamado más como Brigitte, como le pusieron unos franceses en honor a su ánimo rumbero. Cursa primer semestre de Trabajo Social, en la Universidad Antonio José Camacho. Cumplió años cuando entró, en la primera semana de clases, y vivió la alegría de cumplir también un sueño. Recuerda que a los 12 años abandonó el departamento de Nariño, de donde es oriunda, y la recibió la capital del país con la promesa de que habría trabajo y estudio. Ante ese anhelo en cambio bebió de todas las humillaciones por parte de la familia donde trabajaba; en las mañanas la despertaban con baldados de agua fría en la cama, para que iniciara los oficios de la casa «con energía». A los pocos años llegó a Cali sin haber terminado el bachillerato.

Aún en los lugares más escabrosos y lúgubres, doña Elvira ha sabido de limpieza. De su cuerpo, de los espacios que habita. Pero sobre todo de limpieza en sus acciones. Rectitud y perseverancia que ella siente como una herencia valiosa de sus ancestras y ancestros cimarrones. Por treinta años -casi la mitad de la vida que lleva hoy- habitó en las calles del centro. Durmió debajo de los puentes y al lado de las alcantarillas, pero su ropa y ella mantuvieron siempre limpias. Nunca robó a nadie y del consumo de sustancias de la calle, que eran de todo tipo y que afectaban sus riñones, su colon, su estómago, su útero, su tiroides: salió ella sola. Como salió de su tierra por la guerra. Como salió de largas relaciones con hombres ultraviolentos. Y como salió de un fuerte cáncer de útero. Triunfante.

Y sin embargo, en eso de resurgir, y de resurgir contando, fue fundamental el apoyo de Vicenta Moreno y todas las mujeres que han sostenido la Casa Cultural El Chontaduro, en la comuna 13. Lo tiene presente con mucha exactitud: allá llegó un martes de marzo de 2008, sin saber muy bien a qué, invitada por una amiga, al grupo de lectoras y escritoras. Fue una vez y no quiso volver porque no sabía leer ni escribir, pero quien dirigía el grupo en ese entonces mandaba a preguntar por ella todos los días, sin falta. Doña Elvira regresó motivada por la idea de expulsar el dolor que llevaba dentro. Con la ayuda de un primo volvió a estudiar. Y ahora sí. Vendió y revendió, cocinó y vendió, negoció y vendió para terminar de pagar la matrícula. Se graduó con honores y un día llegó al grupo de escritoras, al que ya asistían solamente cuatro mujeres, preguntando si podía contar su historia.

Sus gestos eran rudos y secos, de la misma naturaleza de lo que hasta ese momento había tenido que ver y vivir. Ella escribía con rabia, con lágrimas. Exploraba con tranquilidad las raíces de su dolor. Se permitía el llanto sanador, mientras sus compañeras eran abrigo y refugio. Tejía y destejía las palabras para evocar. Se devolvía seis puntadas, paraba porque el sentimiento la desbordaba, lanzaba todo con frustración, volvía a retomar. Escribió su historia, la historia de sus abuelas y parte de la historia de su pueblo. Descubrió que como la ayudaba el acto de escribir, la ayudaba cantar y bailar. Y así fue su nuevo alumbramiento, con todo y desgarros. Aunque fue un parto largo, ya son más de quince años en la alegría de ir por el mundo revestida con el manto del arte. El perdón, dice, el perdón a ella misma hace su vuelo ligero.

De ninguna forma su vida tuvo que ver con más humillaciones. Ha sido investigadora mucho antes de entrar a la academia. Investigadora popular, cuya pasión original es la Historia. En casa trata de coleccionar cada recuerdo, de disponerlos en todas las paredes como si fueran su lienzo. Lo suyo es con la memoria y por fortuna es poseedora de una parte de ella. Doña Elvira, o mejor doña Brigitte, pertenece al Laboratorio de escritura poética Cimarroneando el verbo y al Comadreo por la paz, la vida y las memorias del Pacífico colombiano. El listado de libros que ha publicado no daría para mencionar la cantidad de performances y obras de teatro en las que ha participado. Una de las más entrañables fue Horizonta, que realizaron junto al Teatro La Máscara, con la cual viajaron a México, Ecuador e Italia. Se trata de la ruta que siguen los inmigrantes, sobre todo los inmigrantes negros, como una línea del cielo a la tierra.

Urdimbres, Con los pelos de punta, Ecos: palabras de mujeres, Sobre tinta, Historias de gente del siglo pasado, Cucurachando la memoria, Cimarronas del verbo. Tiene tallado el proceso de cada libro y cada abrazo que la contuvo y la felicitó. Cada paso ha sido experiencia y riqueza para transmitir luego. En su casa, en el barrio Manuela Beltrán, recibe a diez mujeres todos los miércoles. El grupo de Mujeres Vencedoras nació en 2020, para amortiguar las dificultades durante la pandemia por la Covid-19. Ella describe lo que hacen con mucha ilusión, “nosotras conversamos, nos abrazamos, creamos canciones, lloramos, hablamos de racismo, de ancestralidad, de enfoque diferencial, de derechos laborales. Yo invito a talleristas para que nos orienten en los temas que no sabemos, igual que en El chontaduro, porque ese es el árbol original y nosotras somos las ramitas. Somos 4 organizaciones nuevas de mujeres que salimos de allá, el grupo de las mayoras».

Ella nombra y exige, con la convicción de que queda mucho camino por andar en eso de contar las historias desde el lugar de quienes han sido maltratados. Mucho por sanar asimismo. Con sus enormes collares y sus vestidos rechinantes luce orgullosa su título de artista y mujer negra. Ahora es respetada y considerada por lo que es: una mayora brillante que lleva consigo la grandeza de una raza. De un ímpetu de siglos.

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